Un pescador quería robar las reliquias de la Santa. Para castirgarlo, otros pescadores se apoderaron de su barca y la quemaron en signo de represalias, en sacrifico expiatorio.
Es el Príncipe Luis II quien recuperó e instituyó esta tradición de la quema de la barca simbólica.
Una vez quemada la barca, numerosos son les fieles que recogen los clavos quemados. Simples recuerdos para los unos, estos clavos tienen igualmente un fuerte valor afectivo para otros.